Situémonos al final de la Segunda Guerra Mundial. En Estados Unidos la población asignada al ejército vuelve a casa y ha de ser ubicada laboralmente. En Batavia, cerca de Nueva York, una fábrica local que da empleo a cerca de 2.000 trabajadores cierra, y a alguien se le ocurre arrendar espacios para que nazcan nuevas empresas y regeneren el tejido industrial dañado de la zona. Estamos ante la que se reconoce de forma generalizada como la primera incubadora de empresas de la historia. Corre el año de 1959.
¿Y por qué llamarlas incubadoras? Parece ser que una de las primeras empresas en instalarse en el proyecto de Batavia, fue una incubadora de pollos, luego ya tenemos el origen del nombre, no sé si glamuroso o no, pero origen al fin y al cabo.
En los años 70 del siglo XX aparecen los primeros programas formales de incubadoras en el seno de distintas instituciones, como en las Universidades norteamericanas de Harvard o Stanford (origen del afamado y admirado Silicon Valley, ¡qué ganas dan a veces de irse allí!). Se trata de fomentar el espíritu emprendedor entre alumnos e investigadores.
En los 80 del pasado siglo estamos ante la época de mayor promoción de las incubadoras de empresas con un fuerte impulso del Gobierno de Estados Unidos. En esta época se crea el organismo referente a nivel mundial en el campo de incubación de empresas, la National Business Incubation Association (NBIA).
En los 90 aparecen las incubadoras especializadas y dirigidas a industrias específicas, sobre todo a las que se relacionan con las nuevas tecnologías. A finales de los 90, se crean las primeras incubadoras virtuales, que gestionan no ya un espacio físico sino uno virtual a través de internet.
Actualmente una palabra se une a las incubadoras a lo largo del mundo: “innovación”. Si tienes un proyecto empresarial que consideras innovador en su campo, contar con la ayuda de una incubadora de empresas es una opción que te convendría analizar seriamente.